En esta ocasión nos dimos cita con más ganas que de costumbre, a parte de por el prometedor día que había amanecido soleado y con el mar en calma, porque en esta ocasión nos iban a acompañar por primera vez dos personas muy especiales. Eran Desi (nuestra colaboradora más joven) y su hermana Didi, las cuales se aventuraban por primera vez en la navegación de avistamiento de cetáceos. A parte de ellas, nos acompañaron: su madre Nina, Jordi, Marta, Lidia, Natalia, Quique, David, Mon, Gon y Anna nuestra súper patrona.
Partimos del puerto de Garraf algo más tarde que de costumbre y pronto descubrimos que sería un día complicado para lograr nuestro objetivo de avistamiento. El mar tranquilo de primera hora dio paso a un embravecido oleaje que producía borreguitos por doquier. Tan sólo los alcatraces y pardelas parecían desafiar al viento que empezaba a arreciar con fuerza 4.
Cuando alcanzamos la cabecera de los cañones de Vilanova, decidimos variar el plan de navegación y virar en dirección Norte para no alejarnos en exceso de la costa y ganar terreno contra el viento, facilitando el regreso a puerto. De paso también pensamos que sería una buena oportunidad para rastrear aguas menos profundas en busca de delfines mulares.
La navegación transcurrió movida, las olas zarandeaban el barco y algunos tripulantes buscaron refugio en el interior de los camarotes justo cuando Nina divisó un pez luna frente al barco. Tuvimos la fortuna de poder observarlo de cerca, aunque con la superficie del mar tan movida, se hacía difícil distinguir muchos detalles de su asombrosa anatomía.
Según fuimos acercándonos a la costa de Castelldefels, el mar se tranquilizó permitiendo una navegación mucho más cómoda y con mayores posibilidades de avistamiento. Todos redoblamos esfuerzos de vigilancia, pero no avistamos nada excepto los numerosos alcatraces que pescaban a nuestro alrededor. Es espectacular como estas grandes aves, de casi 2 metros de envergadura, se lanzan en picado desde 25 m. de altura para capturar los peces de que se alimentan. Podría parecer que sus alas se rompen al impactar con la superficie del agua, pero su excelente adaptación al medio queda patente en estas exhibiciones de fuerza y precisión.
La tarde transcurrió tranquila hasta que divisamos la bocana del puerto. De nuevo en tierra no pudimos evitar sentirnos algo desilusionados por no haber encontrado a nuestros amigos cetáceos; pero todo cambió cuando Desi y Didi conocieron a sus “hijos adoptivos”, dos delfines mulares pertenecientes a nuestro catálogo de foto identificación. Decidieron llamarles Lucky y Hope. Como no pudieron verles a ellos ni a sus otros parientes, nos hicieron prometer que podrían acompañarnos de nuevo con la esperanza de reencontrarse con estos, cada vez menos desconocidos, habitantes de nuestra costa.