El domingo 2 de abril la mañana se nos presenta en todo su esplendor, con los rayos de sol prometiéndonos un día magnífico de navegación. Llegando a puerto y mientras esperamos a la tripulación externa ya intuímos que la jornada nos va a deparar grandes sorpresas. Partimos puntuales, a las 9 de la mañana, del puerto de Garraf con el velero Alción; la tripulación de Associació Cetàcea esta vez está formada por David, el capitán de la embarcación, Txell como fotógrafa y anotadora y Laura como observadora y anotadora. La tripulación externa esta vez está formada íntegramente por socios de DEPANA (Lliga per a la Defensa del Patrimoni Natural), y se compone de Cristina, Pau, Fiona, J. David, Nico, Xavi, Teresa, Cristina y Clara. Aprovechamos para agradecer a DEPANA, que han apadrinado un delfín de Risso o calderón gris, registrado como GG-0010 y bautizado como “Med” por l’Escola Pia D’Olot; sus donaciones y soporte constante son de gran ayuda para nuestro proyecto.
No ha pasado ni una hora desde que salimos de puerto cuando el primer grupo de cetáceos nos viene a recibir: una preciosa familia de unos 8 delfines mulares (Tursiops truncatus) se dirige hacia nosotros. Inmediatamente bajamos la velocidad del barco para no entorpecer su natación, y estamos en todo momento vigilando su aproximación. Pero es más que evidente que ellos quieren venir a vernos. Estos fantásticos y curiosos animales que pueden llegar a medir hasta cuatro metros de longitud hacen gala de su potente velocidad de natación y de su absoluto dominio de los saltos fuera del agua: después de muchos meses sin avistarlos por el Garraf, nuestros ansiados mulares nos brindan un auténtico espectáculo de saltos, piruetas y muestras de su elegancia en la natación. Cuando tienes a un delfín mular al lado de la embarcación, observándote con esa mirada que transmite conocimiento e inteligencia mientras navega a 4 nudos a tu lado porque quiere, se nos antoja aún más incomprensible que alguien pueda creer que encerrar a esos animales en piscinas pueda ser éticamente aceptable y que en un tanque se les pueda dar un enriquecimiento ambiental aceptable.
Tras veinte minutos empapándonos de su presencia, nos decidimos a proseguir rumbo a la zona donde esperamos ver rorcuales. Vamos haciendo las delicias de la tripulación externa de DEPANA, que son unos amantes de las aves, cuando van apareciendo un alcatraz solitario, un charrán común y varios charranes patinegros, infinidad de gaviotas de Audouin, enanas, patiamarillas y cabecinegras, pardelas baleares e incluso una mediterránea; los tan ansiados frailecillos hacen su aparición estelar para deleite del nutrido grupo de ornitólogos que nos acompaña.
Sobre el mediodía y ya en zona propicia volvemos a tener un avistamiento de cetáceos: esta vez, una gran manada de unos 30 delfines listados (Stenella coeruleoalba) viene a toda velocidad hacia la embarcación: por estribor, por babor, en proa, en popa… no sabemos hacia dónde mirar, se nos aparecen por todas partes y gracias a este grupo de entrenados avistadores de aves de DEPANA, el sepulcral silencio que se hace cada vez que aparecen los animales se ve roto únicamente por las respiraciones de los delfines al lado del velero, por el sonido de los cuerpecitos de los listados surcando las aguas, por los disparos de las cámaras fotográficas y por las indicaciones de los miembros de Cetàcea al capitán del barco para que podamos seguir disfrutando de la compañía de estos espléndidos animales sin molestarles ni herirles. Los listados son más pequeñitos que los mulares, pudiendo medir hasta 2.5 metros, pero su velocidad de nado es vertiginosa y su agilidad sorprendente.
Tras pasar una media hora con estos bellos ejemplares, decidimos empezar a coger rumbo de vuelta a puerto. Aunque los rorcuales no han querido hacer hoy acto de presencia, ya hemos tenido una buena dosis de cetáceos y es hora de volver a nuestra casa.
No obstante, entre un espectacular número de peces luna que vamos viendo y saltos de atunes y peces espada, una familia de listados menos numerosa aparece en nuestro camino, y durante diez minutos nos acompañan en nuestro viaje de vuelta a tierra, despidiéndonos hasta otro día.
Algo más tarde la última sorpresa de la jornada viene a recibirnos: un segundo grupo de unos 5 delfines mulares viene a nuestro encuentro. A estas alturas, no nos podemos creer la jornada de la que estamos disfrutando: el mar hierve de vida, y por unos instantes nos hace creer que no está todo perdido. Pese a las constantes intromisiones del ser humano con sonidos (prospecciones en busca de hidrocarburos, sónares infernales, tráfico marítimo), contaminantes, artes de pesca en bastantes casos utilizados de manera ilegal… la vida en el mar pugna por ganarle la batalla al empeño de los humanos por arrebatarla.
Volvemos a puerto agotados de tantas emociones y con una perenne sonrisa en los labios. Tantas sensaciones vividas: sentir el olor del mar, el aroma a vida, la brisa acariciando nuestras almas; compartiendo risas y experiencias, charlas y debates. Pero sobre todo, habiendo pasado un día al lado de los verdaderos dioses de los océanos. Hasta la próxima aventura. Y seguimos haciendo amigos.